Siempre somos más de cuatro pero menos de
ocho.
En el momento del encuentro existen las
mismas constantes: carne, botellas y botellas, dos o tres drogas diferentes y
muchas ganas de disfrutar de la vita contemplativa.
Tenemos la concha bien puesta para poder
pasarnos días paladeando de lo mejor. Sibaritas conchudas nos llamamos.
La prolijidad va de nuestra mano: ordenamos
el sitio, preparamos los tragos, elegimos la música, utilizamos drogas blandas
para el vermouth y las duras para el postre. El queso nunca falta y siempre
pensamos en la próxima locación para desarrollar nuestros placeres gourmets.
Deberíamos meditar seriamente en sacar
provecho económico de todo esto. Siempre lo digo, hermanas.
Hablamos de lo bien que la pasamos en el
encuentro anterior. Contamos anécdotas de nuestras vidas juntas haciendo lo que
estamos haciendo en ese momento, nos gustamos todas. A mi me arrebatan las
ganas de besarlas en la boca, ganas de darles mi mejor beso, el beso mas
cargado de leche, pienso mientras hago el asado, porque ese es mi labor
principal en los encuentros: asar la carne.
Punto Parrilla, un panóptico perfecto de
todas ellas sentadas o paradas pero siempre riéndose.
Aquí nadie me molesta preguntando “cómo va
el asado”. Ellas saben que el asado va muy bien y se quedan alejadas pero no
ajenas de Punto Parrilla. Cuando el asado sea servido a la mesa, van a sentir
que no quieren otra cosa mas que eso: la carne que aso yo. Literalmente,
quieren comer de la carne que aso, no lo digo en ningún sentido indirecto: yo
aso la carne rozando la perfección y ellas tienen la virtud de saberlo, nada
mas, ni nada menos.
En la mesa, antes o después de comer hay
tareas que no se asignan a nadie en particular o a todas: manicura y/o
maquillaje, fotografía, tal vez alguna que otra niña pregunte si en la casa hay
wifi y la dueña con total naturalidad, diga: sí, entonces notemos un despliegue
de laptops blancas prístinas,”porque tengo un novio (invisible) que viaja”, se
excusa Lariza, perdiendo por un rato nomás a una integrante de la cofradía,
mientras tanto los picachus se alinean con los bagullos verdes y blancos y en
otro extremo se arman rompecabezas o se crean obras de arte multicolor en
conjunto. Todos los encendedores en las manos de Anita.
“Qué putas exquisitas somos y que los
antiguos romanos me la chupen!”, ergo, parafraseando un poco al mismísimo gran
deportista degenerado.
La parte vegetariana no se queda atrás.
Entre muchas verduras que aso, hay una que es de nuestra preferencia: ajo a las
brasas. Una o dos cabezas de ajo enteras envueltas en papel platiné tiro como
quien no quiere la cosa al fuego. Casi olvido que eso forma parte importante de
las piezas que completan el manjar, pero a la hora de llevar las verduras a la
mesa es lo primero en ser desenvainado: le quitan el papel, separan los dientes
y entre sus dedos los aprietan provocando que suelten una pasta blancuzca pure
dulce y fortísimo que untan sobre las papas o la carne, según preferencia. En
nuestra mesa no existe, “Please, give me curry” sino, “pasame el ajo que me
quiero untar la papa”.
A mi los momentos que mas me gustan de la
parte que me toca en exclusiva es desparramar las brasas para regular la
cocción, es también disponer la carne en la parrilla como un tetris 3D en
directa relación a la temperatura ya regulada, es beber el primer trago que me
convidan mirando catatónica como se tensa la piel de la morcilla. Ahora que lo
digo, pinchar el chorizo para que se desgrase… escuchar el sonido de las gotas
de grasa caer en las brasas es también un momento gozadísimo por mi. Después de
unos segundos de arrobamiento, viendo y escuchando el punto justo del chorizo,
poniendo pancitos a dorar, oliendo el buen olor de mis manos, apretando mi boca
para contener el exceso de saliva y no babear, afirmo en esta intimidad, con
Billie Holliday de fondo, que el asado está profundamente hermanado al sexo.
Se que ellas también lo afirman. Desde
Punto Parrilla veo cómo mueven sus cabezas lentamente, reafirmando en realidad
mas que afirmando, la íntima comunión del asado con el sexo.
Hagamos una retrospectiva hacia el momento
de la concreción pura y real;
Viernes cualquiera, 21.00hs, casa de Mara.
Llego con la bolsa de la carne, (porque la
carne la compro yo. Mi lema es: “si yo la aso, yo la compro”). Varios pares de
ojos acosando el contenido neto de la bolsa: “Guau, qué bueno lo que
trajiste¡¡!!”. A decir verdad, no saben bien qué es y lo que vislumbran a
través de la bolsa, es un bulto carnoso bien grande, no pueden discriminar la
calidad de la cantidad, hacen una comparación directa como la que harían con
culos, pijas y/o tetas suculentas a través de las prendas.
Me aposto en Punto Parrilla para comenzar
con el fuego, donde en ocasiones podría quemar a una bruja. Armo la torre
compuesta de diario, ramas y madera seca, que convergen en pequeños y grandes
troncos de cualquier árbol caído. Prendo el fósforo y ya. Llamas. Lola y Ana,
vouyeristas del fuego enlazado con la madera, disparan instantáneas digitales
eternizando el movimiento envoltorio de llama abrazando a leña. La llama
yergue, la leña, brasa iridiscente y yo canto:
“ Cuando en la hoguera hay fuego,
noto dragones
Cuando en la hoguera hay brasas
noto neones.”
Merma la llama y entonces, los lentes de
las cámaras se apaciguan con las plantas, si es de día; con los objetos de la
mesa, si es de noche.
Un primer polvo y suspiramos, a la espera
de tirar la carne a la parrilla y acabo mi segundo trago de Campari,jugo de
naranja y mucho hielo.
Para poner la carne a la parrilla es
necesario que ésta este bien caliente y para eso las brasas tienen que tener
sus calorías al tope, pero a la vez controlar que no estén muy consumidas, sino
es combustible erróneamente optimizado. El punto justo de una brasa visualmente
a la luz del día tiene que poseer una pelusilla blanca grisácea muy pegada al
cuerpo, si esta pelusilla se observa muy desprendida del carbón es porque no
está en su apogeo y claramente no tendrá tanta potencia calórica porque ya está
consumida. En cambio de noche el color del cuerpo de una brasa ideal es en casi
toda su totalidad rojo-naranja y en los bordes, bien al filo, negrísima
delineada con blanco.
Así es como se deben poner las brasas para
luego colocar la parrilla arriba de ellas por mas de 5 minutos.
Pero no quiero proseguir con una narración
al límite de lo científico, ni quiero develar mis ricos secretos. No estoy de
acuerdo con que las técnicas de cómo preparar un asado cuasi perfecto, sean
populares. Lo popular no me seduce.
Las chicas siguen preparando tragos,
siguen fumando sus porros, siguen hablando de mil maravillas.
De la boca les surgen montones de
proyectos, uno de los nuevos es un vivero bar, a la vera de alguna ruta de zona
norte u oeste. Tenemos la locación, tenemos las funciones que cada una va a
desarrollar, tenemos los contactos, sabemos cómo podría ser estructuralmente,
pero definitivamente no tenemos el dinero. Mas allá de este detalle, la energía
que provoca regodearnos en estos menesteres, es infinitamente valiosa para
nuestro espíritu. La niñez, la fantasía, jugar y nunca pero nunca, acabar.
Somos ladys, somos guarras, chongos, fatales, dionisíacas, no se vislumbra en
nosotras ninguna línea apolínea.
Lo mas envidiable es que el grupo, que no
siempre es un staff estable, se conforma de mujeres de la Generación W y de la
X, aún no se sumó ninguna de la Z, pero creo que no faltará mucho para que
suceda. Comprendemos.
La carne chirría, se contrae y huele. Eso
provoca en ellas una nueva excitación, un revuelo de ojos, labios brillantes y
lenguas que secretan saliva para lubricar el bocatto di cardinale, porque en
Punto Parrilla representamos lo divino, entonces merecemos.
Tomo la cuchilla, con mi ojo experto,
elijo una punta que siempre tiene que ser la del vacío, corto, pincho y a mi
boca, donde se provoca lo esperado. Feed back vertiginoso. Monto a la moto mas
veloz y paseo por el pasado fantástico de este pesazo que mastico. Cuchillas a
granel vuelan como pájaros del mar, los terneros hereford descornados las observan
sin atino, rumian el desconsuelo, el terror de sus pesadillas, alas plateadas
serán lo último que vean. Centenares de cueros rojizos desparramados en un
abrir y cerrar de ojos sobre la alfombra verde de nuestro campo argentino.
Este breve trance asesino y sangriento, me
aleja aún mas de las ensaladas que puedo apreciar acomodadas en la mesa de
mantel de algodón cuadrillé rojo y blanco.
La comida es mi droga principal, mas
específicamente, las proteínas que provienen de la carne. En varias
oportunidades que dejé de comerla por tres o cuatro días, experimenté una
especie de abstinencia que me toma de sorpresa generalmente en espacios públicos.
Comienzo a sentir levemente un temblor interno, un temblor de vísceras,
acompañado de micro sudor frío y pitido de oídos. El temblor se exterioriza en
manos y boca, la expresión de mi cara se endurece. Mi sangre limpia de carne es
venenosa, por eso procuro tener una extensa agenda de teléfonos de delibery de
parrilla o hamburguesas en mi celular, ya que podría sufrir desmayos por
intoxicación.
Dispongo en la mesada, una gran tabla de
madera de haya, elijo haya porque en ocasiones toma un tinte rosado que da muy
bien con el color de la carne. En fila, los panes ya semi cortados en toda su
longitud reciben maternalmente a los chorizos en su punto justo. El pan francés
y los miñones protegiendo a la chorizada, arriba de mi tabla formar el
hexagrama “La familia/El clan”.
Comienzo a celebrar la santa misa, la
carne y la sangre a comerse, a beberse.
No determino a quién servir primero pero
me da por seguir el patrón de mayor a menor edad, sino es el caso de algún
agasajo en particular.
Los sentimientos que me transmiten estas
damas cuando las sorprendo, son de variado estilo: admiración, agradecimiento,
gula. Mas de una vez quedaron extasiadas balbuceando.
En mi tabla de haya paseo los manjares
como yendo de la cama al living, chef supremo, grill master, reina de reinas,
ellas que me rodean y yo.
continuará...