viernes, 8 de julio de 2011

Punto parrilla

Siempre somos más de cuatro pero menos de ocho.
En el momento del encuentro existen las mismas constantes: carne, botellas y botellas, dos o tres drogas diferentes y muchas ganas de disfrutar de la vita contemplativa.
Tenemos la concha bien puesta para poder pasarnos días paladeando de lo mejor. Sibaritas conchudas nos llamamos.
La prolijidad va de nuestra mano: ordenamos el sitio, preparamos los tragos, elegimos la música, utilizamos drogas blandas para el vermouth y las duras para el postre. El queso nunca falta y siempre pensamos en la próxima locación para desarrollar nuestros placeres gourmets.
Deberíamos meditar seriamente en sacar provecho económico de todo esto. Siempre lo digo, hermanas.
Hablamos de lo bien que la pasamos en el encuentro anterior. Contamos anécdotas de nuestras vidas juntas haciendo lo que estamos haciendo en ese momento, nos gustamos todas. A mi me arrebatan las ganas de besarlas en la boca, ganas de darles mi mejor beso, el beso mas cargado de leche, pienso mientras hago el asado, porque ese es mi labor principal en los encuentros: asar la carne.
Punto Parrilla, un panóptico perfecto de todas ellas sentadas o paradas pero siempre riéndose.
Aquí nadie me molesta preguntando “cómo va el asado”. Ellas saben que el asado va muy bien y se quedan alejadas pero no ajenas de Punto Parrilla. Cuando el asado sea servido a la mesa, van a sentir que no quieren otra cosa mas que eso: la carne que aso yo. Literalmente, quieren comer de la carne que aso, no lo digo en ningún sentido indirecto: yo aso la carne rozando la perfección y ellas tienen la virtud de saberlo, nada mas, ni nada menos.
En la mesa, antes o después de comer hay tareas que no se asignan a nadie en particular o a todas: manicura y/o maquillaje, fotografía, tal vez alguna que otra niña pregunte si en la casa hay wifi y la dueña con total naturalidad, diga: sí, entonces notemos un despliegue de laptops blancas prístinas,”porque tengo un novio (invisible) que viaja”, se excusa Lariza, perdiendo por un rato nomás a una integrante de la cofradía, mientras tanto los picachus se alinean con los bagullos verdes y blancos y en otro extremo se arman rompecabezas o se crean obras de arte multicolor en conjunto. Todos los encendedores en las manos de Anita.
“Qué putas exquisitas somos y que los antiguos romanos me la chupen!”, ergo, parafraseando un poco al mismísimo gran deportista degenerado.
La parte vegetariana no se queda atrás. Entre muchas verduras que aso, hay una que es de nuestra preferencia: ajo a las brasas. Una o dos cabezas de ajo enteras envueltas en papel platiné tiro como quien no quiere la cosa al fuego. Casi olvido que eso forma parte importante de las piezas que completan el manjar, pero a la hora de llevar las verduras a la mesa es lo primero en ser desenvainado: le quitan el papel, separan los dientes y entre sus dedos los aprietan provocando que suelten una pasta blancuzca pure dulce y fortísimo que untan sobre las papas o la carne, según preferencia. En nuestra mesa no existe, “Please, give me curry” sino, “pasame el ajo que me quiero untar la papa”.
A mi los momentos que mas me gustan de la parte que me toca en exclusiva es desparramar las brasas para regular la cocción, es también disponer la carne en la parrilla como un tetris 3D en directa relación a la temperatura ya regulada, es beber el primer trago que me convidan mirando catatónica como se tensa la piel de la morcilla. Ahora que lo digo, pinchar el chorizo para que se desgrase… escuchar el sonido de las gotas de grasa caer en las brasas es también un momento gozadísimo por mi. Después de unos segundos de arrobamiento, viendo y escuchando el punto justo del chorizo, poniendo pancitos a dorar, oliendo el buen olor de mis manos, apretando mi boca para contener el exceso de saliva y no babear, afirmo en esta intimidad, con Billie Holliday de fondo, que el asado está profundamente hermanado al sexo.
Se que ellas también lo afirman. Desde Punto Parrilla veo cómo mueven sus cabezas lentamente, reafirmando en realidad mas que afirmando, la íntima comunión del asado con el sexo.

Hagamos una retrospectiva hacia el momento de la concreción pura y real;
Viernes cualquiera, 21.00hs, casa de Mara.
Llego con la bolsa de la carne, (porque la carne la compro yo. Mi lema es: “si yo la aso, yo la compro”). Varios pares de ojos acosando el contenido neto de la bolsa: “Guau, qué bueno lo que trajiste¡¡!!”. A decir verdad, no saben bien qué es y lo que vislumbran a través de la bolsa, es un bulto carnoso bien grande, no pueden discriminar la calidad de la cantidad, hacen una comparación directa como la que harían con culos, pijas y/o tetas suculentas a través de las prendas.
Me aposto en Punto Parrilla para comenzar con el fuego, donde en ocasiones podría quemar a una bruja. Armo la torre compuesta de diario, ramas y madera seca, que convergen en pequeños y grandes troncos de cualquier árbol caído. Prendo el fósforo y ya. Llamas. Lola y Ana, vouyeristas del fuego enlazado con la madera, disparan instantáneas digitales eternizando el movimiento envoltorio de llama abrazando a leña. La llama yergue, la leña, brasa iridiscente y yo canto:
“ Cuando en la hoguera hay fuego,
noto dragones
Cuando en la hoguera hay brasas
noto neones.”
Merma la llama y entonces, los lentes de las cámaras se apaciguan con las plantas, si es de día; con los objetos de la mesa, si es de noche.
Un primer polvo y suspiramos, a la espera de tirar la carne a la parrilla y acabo mi segundo trago de Campari,jugo de naranja y mucho hielo.

Para poner la carne a la parrilla es necesario que ésta este bien caliente y para eso las brasas tienen que tener sus calorías al tope, pero a la vez controlar que no estén muy consumidas, sino es combustible erróneamente optimizado. El punto justo de una brasa visualmente a la luz del día tiene que poseer una pelusilla blanca grisácea muy pegada al cuerpo, si esta pelusilla se observa muy desprendida del carbón es porque no está en su apogeo y claramente no tendrá tanta potencia calórica porque ya está consumida. En cambio de noche el color del cuerpo de una brasa ideal es en casi toda su totalidad rojo-naranja y en los bordes, bien al filo, negrísima delineada con blanco.
Así es como se deben poner las brasas para luego colocar la parrilla arriba de ellas por mas de 5 minutos.
Pero no quiero proseguir con una narración al límite de lo científico, ni quiero develar mis ricos secretos. No estoy de acuerdo con que las técnicas de cómo preparar un asado cuasi perfecto, sean populares. Lo popular no me seduce.

Las chicas siguen preparando tragos, siguen fumando sus porros, siguen hablando de mil maravillas.
De la boca les surgen montones de proyectos, uno de los nuevos es un vivero bar, a la vera de alguna ruta de zona norte u oeste. Tenemos la locación, tenemos las funciones que cada una va a desarrollar, tenemos los contactos, sabemos cómo podría ser estructuralmente, pero definitivamente no tenemos el dinero. Mas allá de este detalle, la energía que provoca regodearnos en estos menesteres, es infinitamente valiosa para nuestro espíritu. La niñez, la fantasía, jugar y nunca pero nunca, acabar. Somos ladys, somos guarras, chongos, fatales, dionisíacas, no se vislumbra en nosotras ninguna línea apolínea.
Lo mas envidiable es que el grupo, que no siempre es un staff estable, se conforma de mujeres de la Generación W y de la X, aún no se sumó ninguna de la Z, pero creo que no faltará mucho para que suceda. Comprendemos.

La carne chirría, se contrae y huele. Eso provoca en ellas una nueva excitación, un revuelo de ojos, labios brillantes y lenguas que secretan saliva para lubricar el bocatto di cardinale, porque en Punto Parrilla representamos lo divino, entonces merecemos.
Tomo la cuchilla, con mi ojo experto, elijo una punta que siempre tiene que ser la del vacío, corto, pincho y a mi boca, donde se provoca lo esperado. Feed back vertiginoso. Monto a la moto mas veloz y paseo por el pasado fantástico de este pesazo que mastico. Cuchillas a granel vuelan como pájaros del mar, los terneros hereford descornados las observan sin atino, rumian el desconsuelo, el terror de sus pesadillas, alas plateadas serán lo último que vean. Centenares de cueros rojizos desparramados en un abrir y cerrar de ojos sobre la alfombra verde de nuestro campo argentino.

Este breve trance asesino y sangriento, me aleja aún mas de las ensaladas que puedo apreciar acomodadas en la mesa de mantel de algodón cuadrillé rojo y blanco.
La comida es mi droga principal, mas específicamente, las proteínas que provienen de la carne. En varias oportunidades que dejé de comerla por tres o cuatro días, experimenté una especie de abstinencia que me toma de sorpresa generalmente en espacios públicos. Comienzo a sentir levemente un temblor interno, un temblor de vísceras, acompañado de micro sudor frío y pitido de oídos. El temblor se exterioriza en manos y boca, la expresión de mi cara se endurece. Mi sangre limpia de carne es venenosa, por eso procuro tener una extensa agenda de teléfonos de delibery de parrilla o hamburguesas en mi celular, ya que podría sufrir desmayos por intoxicación.
Dispongo en la mesada, una gran tabla de madera de haya, elijo haya porque en ocasiones toma un tinte rosado que da muy bien con el color de la carne. En fila, los panes ya semi cortados en toda su longitud reciben maternalmente a los chorizos en su punto justo. El pan francés y los miñones protegiendo a la chorizada, arriba de mi tabla formar el hexagrama “La familia/El clan”.
Comienzo a celebrar la santa misa, la carne y la sangre a comerse, a beberse.

No determino a quién servir primero pero me da por seguir el patrón de mayor a menor edad, sino es el caso de algún agasajo en particular.
Los sentimientos que me transmiten estas damas cuando las sorprendo, son de variado estilo: admiración, agradecimiento, gula. Mas de una vez quedaron extasiadas balbuceando.

En mi tabla de haya paseo los manjares como yendo de la cama al living, chef supremo, grill master, reina de reinas, ellas que me rodean y yo.

continuará...