jueves, 2 de diciembre de 2010

cadena montañosa

Poso. Veo mis pies posados y a la vez dando pasos, desnudos van. Incrusto las plantas en la arena de picado grueso. Veo desde arriba. Llevo las botamangas arremangadas, recién llegada, los tobillos al antojo del agua. En el centro de la playa una cruz pirata señala que hacia el horizonte un tesoro. “Es la cita, dije, la dibujó para mi antes que yo posase, es una sorpresa que deparó para mi”. Paro y me oriento hacia lo revelado, la cadena de montañas separadas por mar. Muralla semicircular ocre se impone pero no opone, no oprime. Está a una distancia idílica donde la mirada explaya, recorre, regodea en panorámico el golpe sexual insistente del agua impotente queriendo excederla, rebasarla.
No es fácil volver y ahora sé de dónde no vuelven los que se van. Quedan amarrados allí, queriendo.
Si lo que miro se hiciera carne sería hembra todo pecho, brazos abiertos, caliente, húmeda por dentro. La querría trepar y clavarla en su cima. Es hembra abierta abrazando, me ofrezco en fin cayendo de espaldas para dejarme. Hago lo contrario al mar, quieta me quedo y en mi visión de ojo de pez con el cenit en el cielo, ella me rodea. Estoy dentro.

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