miércoles, 18 de marzo de 2009

La caña

Esta mujer, una figurita sin brillantina recortada en el cielo. El arroyo corre sin sonido de agua. Ella apenas apoyada de puntas sobre una elevación del terreno. La caña de pescar, manufactura de un niño, apoyada en la cadera, su mano firme pero liviana deja pender la tanza. La veo oscura como si el sol, que no está, rayase por detrás de ella. Veo lo que puedo ver de mí porque estoy dentro mío en cuclillas en el llano por debajo, como a los pies de un amo, si fuese perro.
La caña la tanza y el anzuelo no están en el agua y tienen como carnada una carta. Del sobre rasgado pende el papel, ofrecido a mi como lujo o tesoro, hueso o lombriz. Pero nada aquí se mueve y no hay pájaro ni nube. No estoy confiante, sin embargo conozco todo lo que veo, la carta, enganchada al anzuelo que pende del hilo de la caña que sostiene la mano liviana pero firme de la mujer, es mía. Ella es mía. Su mirada muda me sabe espiando y se muestra, expuesta a mi deseo, soberbia. Su pelo tirante en la nuca por mi mano, usé sus dedos manchados de tinta para escribir la carta y para que las yemas no se sequen con el filo de la lengua les puse saliva.
Dispusimos una variedad de papeles sobre el piso imprimiéndoles con la grasa del cuerpo líneas suaves de aes y eles alargadas.

En otra oportunidad su tierno animal me miraba desde sus piernas abiertas y levantadas. Y yo le daba de comer y ella se reía y su risa me cantaba, en esta, estaba ciego y seco, habría que trabajarlo para volverlo cachorro.
(continuará…)

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